VERDADERO
Cada vez que un virus se multiplica, realiza copias de su material genético, pudiendo surgir errores y generando así cambios denominados mutaciones. Esto ocurre naturalmente; hay virus que tienen una mayor tendencia a ir variando su material genético y otros que no cambian tanto. Desde que se conoce al nuevo coronavirus o SARS-CoV-2, se ha observado que posee baja diversidad en su material genético, es decir, que es de los que no tienden a cambiar tanto. Sin embargo, se han identificado a lo largo del tiempo nuevas variantes, mal llamadas cepas, del virus SARS-CoV-2 causante de la enfermedad COVID-19. La distinción entre variantes surge a partir de mutaciones en el material genético del virus, que podrían producir algún cambio en sus características. Es importante remarcar que cuanto mayor es la circulación comunitaria de un virus, mayor es la probabilidad de que surjan nuevas variantes.
A enero de 2021, las tres variantes más conocidas que han ido surgiendo son, de acuerdo a su lugar de origen, la de Reino Unido, la de Sudáfrica y la de Río de Janeiro. Algunos trabajos preliminares sugieren que las variantes de Reino Unido y Sudáfrica podrían llegar a tener una mayor transmisibilidad, aunque no se han observado cambios que indiquen mayor gravedad en la enfermedad. Por ejemplo, la variante del Reino Unido tiene varias mutaciones, una de ellas (D614G) ya había surgido en abril de 2020. Esta mutación, así como otras que presenta esta variante, hace que la proteína S (que “recubre” al coronavirus y le da la forma de corona) sea levemente diferente a la de otras variantes. Como esta es la porción del virus que se utiliza para entrar a nuestras células (la “llave” de la cerradura), algunos de esos cambios podrían tener importancia en la transmisión o infección del virus.
En cuanto a la variante de Río de Janeiro, se ha observado que podría disminuir su reconocimiento por parte de anticuerpos ya generados contra otras variantes, pero se necesita estudiar esto en mayor profundidad para saber sus implicancias.
Con el correr del tiempo, a medida que se producen más mutaciones y variantes, puede ocurrir que sea necesario modificar la vacuna para que esta sea efectiva contra las nuevas variantes del virus. Esto sucede con la gripe estacional que muta cada año, y la vacuna se ajusta en consecuencia. El virus SARS-CoV-2, en principio, no muta tan rápido como el virus de la gripe, pero como tiene una circulación tan alta en la población, esto aumenta la probabilidad de que aparezcan mutaciones. Cuantas más mutaciones acumula, más se diferencia de las otras variantes. Si nuestro sistema inmune generó defensas contra una variante particular del virus (cuando nos infectamos naturalmente), o contra la porción S sin estas nuevas mutaciones (por medio de las vacunas), nuestras defensas podrían no responder adecuadamente al encontrarse con estas variantes, ya que no generó memoria contra ellas porque nunca antes las “vio”. Sin embargo, se estima que las mutaciones deben ser muchas e importantes para que la respuesta a la vacuna sea ineficaz para protegernos de las nuevas variantes. Si esto ocurriera y fuera necesario, la buena noticia es que las vacunas que hasta ahora han demostrado ser eficaces usan plataformas tecnológicas que se pueden adaptar fácil y rápidamente para otras variantes del virus.