APRESURADO
Por lo general, las personas se recuperan de COVID-19 entre 10 días y 6 semanas posteriores al inicio de síntomas. Sin embargo, se ha reportado que en algunas personas ciertos síntomas pueden persistir durante meses después de la recuperación, incluso entre quienes transcurrieron la enfermedad de forma leve. De todas maneras, durante este tiempo, estas personas no contagian.
La duración prolongada de la enfermedad se describe principalmente en adultos mayores con COVID-19 severa que requirieron de hospitalización, aunque también han aumentado los casos en pacientes que no la requirieron (ambulatorios), incluidos los adultos más jóvenes y niños.
Esta persistencia de los síntomas a largo plazo (más de un año) ya ha sido documentada para otras enfermedades por otros coronavirus, como el SARS. Hoy es muy pronto para saberlo en el caso de COVID-19, pero se cree que las personas podrían llegar a experimentar daño a largo plazo no sólo en sus pulmones, sino también en su corazón y cerebro.
Uno de los efectos persistentes más comunes a largo plazo es la fatiga severa. En los últimos nueve meses, cada vez es mayor el número de personas que han reportado agotamiento y malestar paralizantes después de cursar la enfermedad. Entre los síntomas persistentes más frecuentes además se pueden mencionar tos, congestión o dificultad para respirar, pérdida del gusto u olfato, dolor de cabeza, dolores corporales, diarrea, náuseas, dolor en el pecho o abdominal y confusión.
Pese a las observaciones que se han realizado, todavía se desconoce cómo COVID-19 afecta a las personas con el paso del tiempo. Aún se requieren más estudios que nos permitan comprender los efectos a largo plazo de esta enfermedad, por qué los síntomas persisten, cómo estos problemas en la salud afectan a los recuperados, el curso clínico y la probabilidad de una recuperación completa. Es importante resaltar que, para evaluar las consecuencias a largo plazo, se requiere de tiempo.